viernes, 11 de julio de 2014

A LA PLAYA CON EL PEQUE

Los bebés y el mar, buena combinación para no parar y gastar todas tus energías. Este año ha sido la primera  vez que nos hemos atrevido a salir con el peque de vacaciones para que viera la playa, jugara con la arena, se revolcara con ella y se bañara en el agua salada.

Aviso importante a padres primerizos, que con tanta ilusión nos preparamos como si fueramos a la guerra. Si señores, ya no basta con un librito, una sillita y una toalla... atrás quedaron esos enseres para las parejitas que optan por estar un día tranquilo y relajado. ¡Bienvenidos a un día agotador! Ahora toca hacer castillos de arena, montar la piscinita, hinchar el flotador, colocar las sombrillas, poner protección al niño hasta que quede blanco como la nieve, ponerle el gorrito, el bañador, la camiseta...y así,  sin darnos cuenta hemos montado todo un campamento y estamos rodeados de cubos, palas, rastrillos, manguitos, juguetes... entonces y sólo entonces, ya estáis listos para comenzar vuestro día de playa.

Lo primero que tienes que hacer es no desesperarte cuando tu pequeño empiece por probar algo tan tentador como la arena de playa, se ponen de ella hasta las pestañas y no digo hasta donde he encontrado yo arena. Lo bueno, es que suele repetir de vez en cuando pero no a menudo, sobre todo cuando se cae de cara y se llena toda la boca, entonces se pone nervioso e intenta restregarse los ojos con las manos pringadas también, que os voy a decir, es todo un cuadro. Yo en ese momento no sé si ir  a limpiarle o ir corriendo a por la cámara de fotos (por supuesto, voy a limpiarle no vayan a pensar mal). 

Luego está el agua, tan azul y transparente como salada. Eso si que es bueno, si el pequeño tiene sed probará un poquito, total, hay tanta que por un sorbito no pasará nada... Uff!!, una y no más, menudo mal trago, y ya estamos otra vez detrás del peque para que no llore porque no le gusta nada. Y no os quiero contar cuando el abuelo se lo lleva para darle un baño y sin querer le entra agua en los ojitos, ¡¡la sal y la crema de protección hacen que piquen muchisimo!!. Bueno, de todo se aprende, y el pequeñin que ha visto también lo divertido que es experimentar con todo aquello, no duda en ir hacia las olas, reirse e intentar meterse al agua gateando. 

Y si montar el campamento no ha sido suficiente, ahora toca desmontarlo. Primero, organización, luego paciencia y  más paciencia. Llega la una de la tarde y tenemos que irnos de ese sol abrasador. Así que todas las manos son pocas para intentar llegar a casa lo más rápido posible. La abuela coge al niño, - no, pero antes hay que lavarle porque está lleno de arena... no, pero es que está dormido no vayamos a despertarle...ya pero es que si no luego se espabila y no quiere comer...ya pero...- en fin, esto lleva unos minutillos que luego con los días se mejora y no tardamos ni un segundo en ponernos de acuerdo y salir disparados de allí para la casa. Eso entre mi suegra y yo. Ahora toca el bando de los chicos. Ellos se quedan a desinflar flotadores y piscinita, recogen la tienda de campaña que no se sabe bien como narices ya no se puede plegar igual y no entra en su bolsa. Miran bien si no se olvidan de nada y lo llevan todo en un carrito que es una tumbona (eso si que es tecnología, yo me quedé asombrada cuando lo ví). Ya está todo listo para llegar a casa, dejar las cosas e irse a recoger aquella paella que se encargó para las dos y media.

Aun así, después de todo el jaleo, vamos un día y otro también, no sé que será pero algo de especial sí tiene, será ver a mi familia disfrutando de las vacaciones, seguramente que sea eso. No dudo en repetirlas, me encanta esta nueva etapa llena de energía y diversión.



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